En estos últimos meses todos los pastores y líderes del planeta nos hemos visto frente al mismo desafío: guiar y conducir a nuestras iglesias locales en la arena movediza de una época llena de incertidumbres. Hoy ya a más de un año de aquel histórico marzo de 2020, podemos observar que si bien las dificultades y restricciones fueron las mismas para todos, los resultados en algunos casos son muy diferentes.
Con la mayor humildad posible me gustaría compartir lo que entiendo, por experiencia propia y ajena, que han sido y siguen siendo características clave para liderar nuestras congregaciones en este escenario tan particular.
Necesitamos ser líderes:
1 – Entusiasmados con el presente: El mundo en el que vivimos nunca más volverá a ser exactamente igual al de febrero de 2020. Sé que suena fuerte y no digo que sea fácil de asumir, pero si no hacemos el duelo correspondiente cuanto antes, seguiremos aferrados al pasado añorando un contexto que ya no está. Lamentablemente al mirar con nostalgia el espejo retrovisor, perderemos tiempo muy valioso y cargaremos con la frustrante sensación de no avanzar.
Siempre ha sido un desafío para la iglesia contextualizarse con su entorno, pero estos tiempos tan especiales resultan sumamente propicios para efectuar cambios que quizás en otros momentos hubieran encontrado más resistencia. El escenario cambiante es un campo fértil para evaluar y mejorar nuestras decisiones y acciones.
Quiero invitarte a que te entusiasmes con este presente fascinante en el que Dios nos ha colocado. ¿Por qué no ilusionarse con vivir los mejores tiempos que haya vivido nuestra iglesia? Quizás lo nuevo no siempre sea lo más cómodo, pero es emocionante embarcarse en la aventura de descubrir y vivir los propósitos celestiales por los cuáles todo esto fue permitido. Salgamos del encierro de un capítulo anterior y encontremos planes divinos apasionantes mirando para adelante. (Fil. 3:13).
2 – Enfocados en nuestra misión: Resulta muy fácil desenfocarse cuando sin querer confundimos los fines con los medios. Mucho de lo que hacemos y sostenemos en nuestras iglesias, como reuniones, actividades y estructuras, son solo medios a través de los cuales cumplir nuestra misión, y no son fines en sí mismos.
Este nuevo escenario requiere quizás como nunca antes, que nos concentremos en la esencia de nuestra misión, para buscar a partir de allí las mejores maneras de llevarla a cabo. Uno de los principales problemas que venimos teniendo como iglesia en las últimas décadas, es el de no llegar con el mensaje del Evangelio a la gente de la sociedad en un lenguaje que puedan entender. Y no me refiero solo al uso de las palabras, sino a toda nuestra manera de hacer iglesia, la que a veces pareciera ser más apta para algún otro momento pasado que para el actual.
Nunca estará de más aclararlo y afirmarlo: Pasarán los años y las épocas pero ¡el mensaje jamás cambiará! Tampoco cambiarán la palabra de Dios, sus mandamientos, sus principios y la gran comisión que se nos encargó. Ahora, lo que sí puede y debe cambiar son las formas, las estrategias y las metodologías de hacer las cosas para poder llegar realmente al corazón de las personas en cada momento y lugar.
Si nos quedamos anclados a moldes que sirvieron años atrás y estamos más preocupados por rendirle pleitesía a ciertas tradiciones para no traicionarlas, lamentablemente lo que terminaremos traicionando será el cumplimiento de nuestra misión.
Poner en juego la salvación y el crecimiento espiritual de la gente por el mediocre objetivo de respetar costumbres humanas, nunca será una decisión espiritual. Estos son tiempos para priorizar mucho más el avance del reino de Dios que nuestros gustos o miradas personales.
3 – Atentos a la necesidad de la gente: Por todo lo que viene ocurriendo desde la aparición de la pandemia, seguramente coincidiremos con esta afirmación: Hoy la gente está más permeable y abierta espiritualmente que nunca. Esto es un hecho fácil de comprobar en el trato cotidiano con las personas no cristianas que nos rodean.
Ante una necesidad de tal calibre podríamos decir (si habláramos en términos comerciales) que la iglesia está en algo así como en “temporada alta”, en la que nuestro “producto” tiene más demanda y es más requerido que nunca.
Teniendo en cuenta eso, si la gente no se agolpa para intentar entrar a nuestras iglesias, algo está ocurriendo. O en realidad la gente no está tan desorientada y necesitada como creemos, o probablemente no estemos comunicando bien nuestro glorioso mensaje. Lo importante no son nuestros programas en sí, sino más bien que cubran las necesidades de la gente.
4 – Cercanos y transparentes: La gente necesita conectarse con el mensaje y para eso nada mejor que quienes lo encarnan, es decir nosotros que terminamos siendo esas “biblias abiertas” que pueden leer. Si hay algo que en la actualidad aleja a las personas de la fe, es percibir a los líderes como casi perfectos, que saben casi todo y que están a tal nivel superior de espiritualidad, que obviamente no tienen que lidiar a diario con los problemas de los demás mortales.
El ser humildes, el mostrarnos vulnerables como en realidad somos y el hablar con libertad y madurez de nuestros errores y limitaciones, hacen de nosotros líderes creíbles que se perciben cercanos y con quienes alguien puede identificarse lo suficiente como para abrir el corazón. Hasta nuestra manera de hablar, de caminar y de vestirnos debe acercar a los demás y no marcar esa distancia tan negativa que lo único que logra es satisfacer nuestro ego.
5 – Facilitadores del acceso a Dios: Finalmente que todo lo que hagamos, en lugar de ponerle trabas a la gente para acercarse a Dios, les termine facilitando el camino. Hagamos reuniones que todos puedan entender y en las que todos puedan disfrutar a Dios. Seamos líderes que lleven a su iglesia a vivir un cristianismo fresco, genuino y contagioso. Ante tanto dolor y desilusión mundial, insistamos en hacer correr esa buena noticia del Evangelio que hoy es más relevante y pertinente que nunca.
Por: Fernando Altare
Director nacional de e625 en Argentina. Autor del libro Ninguna Religión, Contador de profesión y uno de los pastores en la iglesia Brazos Abiertos en la ciudad de Santa Fe.